Esta noche, antes de dormir, recordarás esta imagen de ti lamiendo, saboreando el cinturón con el que te he dado azotes, este cinturón que ahora tienes el placer de adorar alrededor de la cintura de tu Diosa».
Mi Diosa Ghalia me ordenó comunicarle dicha situación íntima antes de dormir y pedirle permiso para, en tal caso -inevitable, más bien-, poder masturbarme recordando tan bella escena. Así lo hice: la sesión acabó doce horas después de su comienzo, aunque no tengo claro que realmente días después haya terminado… Siento un fuerte Síndrome de Estocolmo hacia Ella.
Después de intentos pasados, fracasados en la impunidad de la rutina y los horarios, al fin me vi ante Ella en Su nueva visita a Madrid. Era la oportunidad de cumplir no solo una fantasía, sino todo un sueño, porque la fantasía en sí, la ilusión, era Ella en primer plano. La magnitud de mis ganas era tal que los nervios afloraron desde el día que contacté con Ella para solicitar la oportunidad.
Una vez se abrió aquella puerta, sentí más que nunca la luz de entrada a un mundo nuevo, elevado, ajeno a lo terrenal, capitaneado, gobernado por Ella. Su mundo. Sus ojos, Su penetrante mirada saludaron antes que cualquier palabra pronunciada al compás. Su encanto natural es embriagador, es un perfecto ejemplo de la leve pero incontestable diferencia entre lo bonito y lo hermoso. Tengo que confesar que merece una mención aparte Su acento, Su forma de hablar y, en general, de expresarse, Su cadencia de movimientos, Su manejo de los tiempos para todo. Una auténtica delicia, toda una Diosa.
Antes de adentrarnos en la sesión propiamente dicha, debo decir que contemplarla ya es más que suficiente para hacer todo lo posible por estar a Sus pies, ya es un premio inmenso: no he conocido criatura con esa distinción, esa gracia y esa magia.
Yo, como mero servidor, iba a ser Su perro, específicamente Su cachorro, por motivos como la primera experiencia a Sus pies, mi propia edad o el rol que habíamos acordado que tiñera la sesión: esa mezcla de dureza dulce, de cruel suavidad.
Lo primero que hizo mi Diosa fue ponerme un collar, con el que pasaba a ser Suyo hasta que Ella decidiera lo contrario. La primera tarea era sostener un espejo para Sus labios, para que reflejara en él toda Su belleza y pudiera surcarlos de rojo.
Llegó el bautizo con unos azotes sobre Sus rodillas, con Su mano. El cielo del Sur se había instalado en Madrid.
Comenzó el adiestramiento perruno: aprendí, no sin corrección y castigo en más de una ocasión, diferentes posiciones importantes: la de súplica, la de espera arriba, la de espera abajo… Y aprendí a servir a mi Diosa. En concreto, a llevarle agua para saciar Su sed cuando lo requiriera. En este aprendizaje hizo su primera aparición en escena el cinturón de mi Diosa, pues tuve que memorizar y comprender la mencionada petición de servidumbre a correazo limpio. Ay, qué placer, ¡guau! «El sofá será tu potro hoy».
Proseguí adorando con mi boca Sus preciosos pies, con calzado y desnudos. Tenía la constante sensación de que no iba a aguantar mucho sin explotar de placer, vivía amarrado a una permanente y fuerte excitación desde el primer beso a Su piel, desde el primer beso -azote- de Ella a la mía.
Diferentes juegos con Su cachorro fueron el preludio de un aumento de intensidad en el grueso de la sesión: calzoncillos fuera, fusta en Su mano, estimulador eléctrico cargando pilas, hasta parecía que las velas brillaban más…
La transición de un punto de la experiencia a otro fue sublime por Su parte, tan firme pero agradable, tan naturalmente dominante.
Unos azotes de mano y después de cinturón en Su regazo dieron el aviso: llegó el primer escape, no permitido, no advertido… Parecía un punto final, tal vez por la sorpresa, tal vez por el enfado de mi Diosa, tal vez por el propio agotamiento físico… Solo fue una línea continua, un tramo más, perfectamente anexionado al resto de la ruta, porque ni siquiera la eyaculación eleva el momento, porque todo lo demás ya hace que estés arriba, flotando, gracias a Ella. Pero desde luego que aquello merecía un castigo entre masaje y masaje a Sus 36’s.
No tardó en aparecer la segunda avalancha interna… posterior a esa petición que encabeza este relato, a ese capricho fetichista: le pedí adorar el cinturón de los azotes alrededor de Su esbelto, Su fascinante cuerpo de Diosa.
Desde ahí y hasta el final me ayudó a bajar de Su mano hasta La Tierra, hasta el parquet real, hasta la vulgaridad de este aburrido mundo lejos de Su dimensión. Mil detalles se quedan prendidos en la memoria común que construimos durante esa hora, durante mi visita al cielo que dibuja desde Su mirada hasta las uñas rojas de los dedos de Sus pies. Esos mil detalles son Suyos y, si me lo permite, siempre serán míos. Nunca sentí nada tan parecido al abandono como cuando soltó mi collar…
Con todo cariño y agradecimiento, aguardando en posición de espera abajo Su regreso a mi entonces nuevamente afortunada vida,
siempre Suyo,
Su cachorro, Su niño malo madrileño.