Entrenar a un sumiso o sumisa es algo que se da en el tiempo, un deseo que muchos, nada más empezar, reclaman, antes de saber lo que implica en su totalidad.

Y dejadme decir una cosa: lo es, sí, pero cuando vale la pena. Si se van a hacer dos o tres sesiones puntuales, más que entrenar se supondrán una directrices, pero deberá ser capaz de comunicarse también, libremente, cuando así se estipule o no será un sumiso: será un mero sujeto pasivo a la espera de una oportunidad o un momento para la desbandada.
El entrenamiento es algo costoso sobre todo en tiempo, compromiso y esfuerzo por ambas partes.

La parte sumisa deberá estar no solo comprometida sino dispuesta a acatar las órdenes que se les da, a asumir que no siempre va a entender por qué quien le domina quiere que haga determinada cosa o serie de acciones salvo obedecer por devoción y respeto a la dominación.

Pero el dominante tampoco tiene el derecho incontestable a ser tiránico, despótico y limitarse a pensar en su único placer y realización: al contrario tiene que ser consciente del delicado equilibrio entre el placer propio, los logros y las expectativas que se desean para la parte sumisa.

Porque eso es algo a considerar: el entrenamiento no tiene como único objeto que el sumiso haga algo como a nosotros nos gusta, sino que debe tener unos objetivos claros que el dominante tendrá que marcar. Puede que no se le comuniquen al sumiso o se le digan solo en parte porque una parte importante también es que el sometido cumpla incondicionalmente, pero sabiendo que hay un motivo para cada cosa.

Los castigos injustos, la unilateralidad del placer y el despotismo arrogante no conducirán nunca a nada. El dominante tiene derecho a ser duro, exigente, pero también debe mostrar una dosis humana de comprensión, apreciación al esfuerzo y aunque, como hemos dicho, pueda ser duro o dura, pues cada cual le inyecta a sus sesiones las dosis de exigencia y dureza que quiera, pero también hay que saber mantener la tensión adecuada para que el entrenamiento sea asequible.

No es lo mismo empezar, como algunos pretenden con una dilatación anal de gaping de alto nivel cuando la parte sumisa ni siquiera tiene entrenada la zona. Se pueden enseñar los protocolos básicos, y cuada uno de ellos variará en función de la relación, de la comprensión entre sumiso y dominante, pues no hay dos entrenamientos iguales. Igual que de sus circunstancias personales. No es lo mismo vivir juntos como pareja que estar separados por a veces cientos de kilómetros y tener encuentros esporádicos. Ahí la comprensión y la fuerza del lazo mutuo serán determinantes para el entrenamiento, el compromiso entre ambos.

El entrenamiento no es fácil, puede englobar muchas prácticas, desde el saludo diario y proporcionar fotos a hacer semanas temáticas, a regalar nuevos instrumentos o juguetes a la parte sumisa, al control de la castidad y de los orgasmos, el uso de cuerdas, prácticas de sumisión con dolor por parte del sumiso, o lo que el dom determine. Pero sobre y ante todo yo destacaría que lo más importante para ambas partes es una buena y sana dosis de respeto, de entender los tiempos de cada uno y cada una, de comprender las circunstancias que nos rodean y también la exigencia, ojo, puesto que es la madre de la excelencia.

Pero para ello también es importante que tanto sumiso como dom se comuniquen, que sean capaces de expresarse. El cerrarse en banda cuando una práctica no gusta o cuando el sumiso no actúa como teníamos pensado es algo que no favorecerá para nada nuestra relación BDSM y que hará que acabe más rápido de lo que se tarda en dejar caer un fustazo.