Este es un testimonio del sumiso Lili de una sesión con domina Ghalia y domina Elena.
Hay sesiones que dejan huella. Es lo que me ocurrió en la última ocasión que tuve de sesionar con mi diosa Domina Ghalia y en la que, además, tuve la oportunidad de conocer también a Domina Elena.
Nervioso como un flan llego a la cita. Entro y la dos diosas me reciben con una cuidada estética que, para mi deleite y sufrimiento, coincide con la mayoría de mis fetichismos: medias, tacones, tangas, corsés…
Me postro a sus pies, les sigo de rodillas a donde me indican, huelo, beso, observo, las partes de su cuerpo que ellas desean y que ellas ordenan. Sufro, gozo. BDSM en estado puro. Las observo con autentica devoción cuando se colocan los arneses en sus cinturas. Como sus pollas como si me fuera la vida en ello, mientras sufro sus humillaciones, mientras por detrás me estrujan mis testículos o les dan patadas y las combinan con amagos de masturbaciones. A mí también me obligan a masturbarme una, dos, tres… veces. Pierdo la cuenta y hago auténticos esfuerzos por cumplir la orden de no correrme. Estoy totalmente entregado y mi polla, durísima y caliente, ya no me pertenece. Domina Ghalia dirige la sesión con elegancia, rigidez y profesionalidad. Me sitúa en medio de la sala, arrodillado. Ella se pone de pie a mi lado y extiende su pierna. Indica a domina Elena que haga lo mismo pero situada a mi otro lado. Juntan sus piernas ante mi y solo la visión de esas preciosas piernas cubiertas por esas deliciosas medias hacen que tiemble, mientras soy incapaz de imaginar qué es lo que tiene planeado como colofón de la sesión. Entonces da la orden: «Pon tu polla entre las dos piernas. Te correrás únicamente si consigues hacerlo así». Y casi babeando, sufriendo y gozando, cumplo la orden. Sitúo mi polla entre sus dos piernas, y ellas se acercan más y me la atrapan como en una trampa. Siento el roce de las medias y empiezo a mover mi cadera, mi culo, en nerviosos movimientos de atrás a adelante. Mientras, Ghalia me coge la mano derecha y, rodeando su cintura, la lleva hasta su strap. Elena hace lo mismo con su mano izquierda. Y allí estoy yo, humilde sumiso, masturbando con mis manos los dildos de mis diosas y tratando de correrme rozando sus piernas. Entonces pienso que han hecho de mí una obra de arte, que soy su objeto, la escultura que acaban de esculpir o el cuadro que acaban de pintar, que el BDSM es arte y que me merecería un público que disfrutase del espectáculo mientras se incrementaba mi sensación de desnudez y humillación. Y así me corro, me vacío, y grito «gracias, gracias, gracias».
Sumiso Lili.