La palabra Disciplina engloba muchos significados y significantes, más aún en el mundo del BDSM. No me voy a referir aquí, esta vez, a las prácticas de disciplinarias, a los protocolos a seguir o a la voluntad de seguir las órdenes de la Diosa haciendo dicho ejercicio. Me refiero más bien al artilugio, en este caso. A la disciplina de cuerda, también conodica como flagelo.

Uno de mis instrumentos favoritos con los que mortificar a los sumisos es la disciplina (y el término más adecuado no pude ser, dado que proviene, entre otras cosas, de la mortificación de la carne que se infligían -y puede que sigan haciéndolo- los religiosos y creyentes más piadosos. Nótese la ironía en mis labios). Si bien prefiero su versión más evolucionada que es el flogger y que no tiene nudos en los extremos, la disciplina en su origen es un azote de cuerdas de cáñamo retorcidas, con un mango o una anilla en el extremo, en la versión más sencilla, y que se usaba para la autoflagelación. Masoquistas siempre ha habido, qué os voy a contar. Actualmente pueden ser de cuerda de distintos tipos, como los materiales más modernos de nylon, cuerda de escalada, etc, aunque el encanto del cáñamo o yute siempre está ahí.

Lo cierto es que la disciplina, que es fácilmente transportable en su versión más tradicional, con mango flexible y pequeña en tamaño, es un artilugio de impacto que no lo parece, pero es bastante intenso en muchos casos, y puede suponer una parte más dura de una sesión. El flogger reparte mejor el golpe y permite alternar las secuencias y tipos de impacto. Más rápidos o lentos, abriendo los flecos o concentrándolos, secos o amplios y envolventes… en cambio la disciplina no. Es dura, rápida y dolorosa, porque los nudos dejan marcas, duelen, te hacen gemir de dolor mientras yo te sonrío.
Es fácil de hacer de forma casera, y en algunos casos puede usarse para sesiones a distancia ya que como tiene ese componente de autoflagelación puedo ser testigo de tu dolor vía webcam, si fuera menester y si fuera ese mi deseo. Luego tiene muchos usos y oscuros, a la par que torcidos.
Incluso existe, como aparecen en la película Nymphomaniac de Lars Von Trier, la pequeña ceremonia de que la sumisa fabrique esa disciplina con la que va a ser castigada.
Es cierto, prefiero el flogger. Pero el chasquido de una disciplina tiene un encanto especial al impactar con la piel, al ver cómo te tensas, cómo cierras los puños, muerdes la mordaza y pides más.
Hay, por supuesto, más variedades a la disciplina clásica: las hay con objetos entre los nudos para que contusione o corte, hay otras que son de cuero y también con nudos, y mil malvadas ocurrencias más. Ocurrencias que solo se aplicarán en su caso en función, siempre de forma consensuada, del aguante y los límites del sumiso a disciplinar.
