Domina Ghalia me recibe en la mazmorra, impecable, como siempre. Vestido de cuero y, bajo él, un juego de lencería que de solo intuirlo me pone la piel de gallina. Soy muy fetichista de las prendas de lencería (¿se nota?) y ella lo sabe.

Así pues, la primera sorpresa de la jornada es un pase de lencería, pero el protagonista voy a ser yo.

Me enseña varias braguitas. Las toco, las huelo, mientras Ghalia me explica sus «posibilidades»: para cubrir un coñito depilado, por ejemplo, para follar a cuatro patas a mi novia sin bajárselas… Estoy excitadísimo. Entonces me obliga a desnudarme y ponerme un tanga que imita a un delantal de sirvienta. Me bajo pantalón y calzoncillo pero luego le digo que no, que no  me voy a poner ese tanga tan humillante, pero ella me agarra los testículos y me dice que puede sacarme así a la calle, desnudo, a ver qué piensa el vecindario. Así que me conviene obedecer. Me pongo el tanga, me ata una cuerda alrededor de los testículos y me pasea así por la mazmorra.

Se ha desprendido de algunas prendas de su vestido de cuero, así que me tortura con la visión de su maravilloso cuerpo en tan preciosa lencería. De vez en cuando golpea mi polla, mis testículos, desde atrás, desde adelante… o azota mi trasero hasta ponerlo rojo.

Entonces me dice que hay alguien más en la mazmorra y que si me porto bien podré conocerla y tendré mi recompensa. Entonces ya me dejo hacer de todo. Soy un muñeco en sus manos. Me pinta los labios, me pone a cuatro patas y me sodomiza con sus dedos… No puedo estar más humillado. O eso pensaba yo en ese momento.

Temblaba. Y casi tiemblo ahora solo de recordarlo. Dolor y placer, placer y dolor. Humillación.

Se sienta en mi cara y respiro la lencería pegada a su cuerpo. La excitación es máxima. No sé cuántos días llevo sin correrme, así que noto mis testículos, apretados dentro de la cuerda, como un volcán a punto de estallar.

Pierdo la noción del tiempo, pero una media hora después «Te has portado bien», me dice, «y mereces tu premio». Por lo que ha dicho antes pienso en esa otra persona que debe haber en la mazmorra. Entonces me pregunta: «¿te has corrido alguna vez en una boquita? ¿le has hecho un facial a alguien?» Le digo que no. «Pues hoy va a ser tu día».

Me pongo muy contento, aunque nervioso. Excitadísimo con la posibilidad de que otra mujer vaya a entrar por la puerta (otra sumisa, imagino) y que vaya a terminar la sesión así, dejándome correrme en su boca, en su cara, en su cuerpo. «Vaya regalazo», pienso para mí.

En ese momento Ghalia se sienta en una silla y me dice que me acerque. Me indica que ponga mi cabeza en el suelo, tumbado frente a ella y que levante las piernas. No entiendo la situación pero lo hago. Levanto mis piernas hasta los reposabrazos. Me dice que más alto, y las subo casi hasta sus hombros.

Miro de reojo hacia la puerta pero no entra nadie. Ghalia ríe, con una risa maliciosa como solo ella tiene.

Entonces veo que saca un hitachi, un potente vibrador que pone en marcha sin dejar de mirarme y de reirse. «Abre esa boquita, zorrita», me dice. Entonces entiendo su juego. Ella sigue sentada y yo tengo mi cabeza en el suelo, entre sus piernas, y mis piernas elevadas hasta la altura de sus hombros, haciendo una especie de pino. Mi tronco está casi recto, y mi polla, durísima y apunto de reventar, apunta, claro, hacia abajo, hacía mi boca. «Veo que lo has adivinado», se relame, «te vas a correr en tu propia boca y te vas a comer tu puta corrida». Acto seguido el hitachi está actuando sobre mi glande, mientras ella presiona con la otra mano la cuerda que ata mis testículos. «No, no…» le digo, «me voy a correr, me voy a correr»… «Pues eso quiero que hagas, en tu puta boca de zorra», dice ella. Deja la mano de la cuerda y la lleva hasta mi boca. Me la abre del todo mientras con la otra mano sostiene el hitachi que sigue machacando la punta de mi polla. Entonces reviento, me corro como nunca y noto la corrida caer en mi lengua, en mi cara, en mi pecho. Hago amago de apartarme pero ella no me deja y, además, como castigo, me dice que coja con la mano lo que ha caído en mi pecho, y que me lo lleve a la boca. Y lo hago. Y quedo allí, humillado como pocas veces, extraño, saboreándome a mí mismo por vez primera. Y me siento raro. No quiero pero sí quiero. Pero al cabo de unos breves instantes me voy recuperando y pienso que voy a contar cada minuto que falta hasta una sesión como esta. Porque Ghalia es grande y consigue «sacar» lo mejor de mi mismo. O lo peor, según se mire.

Gracias Diosa.

Lili.

Finales que no esperas.

Domina Ghalia me recibe en la mazmorra, impecable, como siempre. Vestido de cuero y, bajo él, un juego de lencería que de solo intuirlo me pone la piel de gallina. Soy muy fetichista de las prendas de lencería (¿se nota?) y ella lo sabe.

Así pues, la primera sorpresa de la jornada es un pase de lencería, pero el protagonista voy a ser yo.

Me enseña varias braguitas. Las toco, las huelo, mientras Ghalia me explica sus «posibilidades»: para cubrir un coñito depilado, por ejemplo, para follar a cuatro patas a mi novia sin bajárselas… Estoy excitadísimo. Entonces me obliga a desnudarme y ponerme un tanga que imita a un delantal de sirvienta. Me bajo pantalón y calzoncillo pero luego le digo que no, que no  me voy a poner ese tanga tan humillante, pero ella me agarra los testículos y me dice que puede sacarme así a la calle, desnudo, a ver qué piensa el vecindario. Así que me conviene obedecer. Me pongo el tanga, me ata una cuerda alrededor de los testículos y me pasea así por la mazmorra.

Se ha desprendido de algunas prendas de su vestido de cuero, así que me tortura con la visión de su maravilloso cuerpo en tan preciosa lencería. De vez en cuando golpea mi polla, mis testículos, desde atrás, desde adelante… o azota mi trasero hasta ponerlo rojo.

Entonces me dice que hay alguien más en la mazmorra y que si me porto bien podré conocerla y tendré mi recompensa. Entonces ya me dejo hacer de todo. Soy un muñeco en sus manos. Me pinta los labios, me pone a cuatro patas y me sodomiza con sus dedos… No puedo estar más humillado. O eso pensaba yo en ese momento.

Temblaba. Y casi tiemblo ahora solo de recordarlo. Dolor y placer, placer y dolor. Humillación.

Se sienta en mi cara y respiro la lencería pegada a su cuerpo. La excitación es máxima. No sé cuántos días llevo sin correrme, así que noto mis testículos, apretados dentro de la cuerda, como un volcán a punto de estallar.

Pierdo la noción del tiempo, pero una media hora después «Te has portado bien», me dice, «y mereces tu premio». Por lo que ha dicho antes pienso en esa otra persona que debe haber en la mazmorra. Entonces me pregunta: «¿te has corrido alguna vez en una boquita? ¿le has hecho un facial a alguien?» Le digo que no. «Pues hoy va a ser tu día».

Me pongo muy contento, aunque nervioso. Excitadísimo con la posibilidad de que otra mujer vaya a entrar por la puerta (otra sumisa, imagino) y que vaya a terminar la sesión así, dejándome correrme en su boca, en su cara, en su cuerpo. «Vaya regalazo», pienso para mí.

En ese momento Ghalia se sienta en una silla y me dice que me acerque. Me indica que ponga mi cabeza en el suelo, tumbado frente a ella y que levante las piernas. No entiendo la situación pero lo hago. Levanto mis piernas hasta los reposabrazos. Me dice que más alto, y las subo casi hasta sus hombros.

Miro de reojo hacia la puerta pero no entra nadie. Ghalia ríe, con una risa maliciosa como solo ella tiene.

Entonces veo que saca un hitachi, un potente vibrador que pone en marcha sin dejar de mirarme y de reirse. «Abre esa boquita, zorrita», me dice. Entonces entiendo su juego. Ella sigue sentada y yo tengo mi cabeza en el suelo, entre sus piernas, y mis piernas elevadas hasta la altura de sus hombros, haciendo una especie de pino. Mi tronco está casi recto, y mi polla, durísima y apunto de reventar, apunta, claro, hacia abajo, hacía mi boca. «Veo que lo has adivinado», se relame, «te vas a correr en tu propia boca y te vas a comer tu puta corrida». Acto seguido el hitachi está actuando sobre mi glande, mientras ella presiona con la otra mano la cuerda que ata mis testículos. «No, no…» le digo, «me voy a correr, me voy a correr»… «Pues eso quiero que hagas, en tu puta boca de zorra», dice ella. Deja la mano de la cuerda y la lleva hasta mi boca. Me la abre del todo mientras con la otra mano sostiene el hitachi que sigue machacando la punta de mi polla. Entonces reviento, me corro como nunca y noto la corrida caer en mi lengua, en mi cara, en mi pecho. Hago amago de apartarme pero ella no me deja y, además, como castigo, me dice que coja con la mano lo que ha caído en mi pecho, y que me lo lleve a la boca. Y lo hago. Y quedo allí, humillado como pocas veces, extraño, saboreándome a mí mismo por vez primera. Y me siento raro. No quiero pero sí quiero. Pero al cabo de unos breves instantes me voy recuperando y pienso que voy a contar cada minuto que falta hasta una sesión como esta. Porque Ghalia es grande y consigue «sacar» lo mejor de mi mismo. O lo peor, según se mire.

Gracias Diosa.

Lili.

Publicado por Domina Ghalia

Domina Ghalia es una dominante profesional que, a cambio del tributo adecuado, puede hacer realidad tus fantasías de sumisión. Normas de la Mazmorra: No Sexo Convencional. No Desnudos.