Confesiones: mi sumisión a Diosa Ghalia.
Desde que tengo uso de razón he deseado ser dominado por una mujer bella y atractiva que vistiese zapatos de tacón alto. Ser suyo, sentirme su pertenencia, su juguete… Mis fantasías más tempranas sólo se ceñían a imaginarme ser atado por tal mujer y a ser llevado al límite, varias veces, usando sus zapatos altos, sin permitirme llegar al final. Poco a poco, estas fantasías se fueron haciendo más complejas hasta incluir otros componentes típicos de la dominación femenina y del BDSM.
Al principio del presente año, una serie de factores personales y la ruptura de una relación vainilla me llevaron a tomar una decisión al respecto. Era ahora o nunca. Mis anhelos los había pospuesto por demasiado tiempo, viviendo relaciones que, a la postre, terminaban siendo insatisfactorias para mí y para mis parejas. Y, ya en la cincuentena, tenía que tomar decisiones para vivir plenamente mi sexualidad.
En este punto y buscando en la red, encontré la página de mi adorada Diosa Ghalia. Temeroso e inexperto, me puse en contacto a través de un correo electrónico para una primera toma de contacto. Esto suponía empezar a “salir del armario”.
Todavía recuerdo la primera sesión en la que los nervios no me dejaban hablar y la garganta se me cerraba en presencia de Ella. Fue muy amable antes de la sesión, su belleza y su habla argentina me cautivaron desde el principio. Los detalles se los había expuesto mediante un cuestionario previo, así que conocía bien mis debilidades. ¡Y las supo utilizar… ya lo creo!

De rodillas ante Ella, me ordenó cómo tenía que dirigirme en lo sucesivo: “Yo soy tu Diosa”. Me hizo acercar la cabeza a su regazo y me impuso un collar de perro para asegurar mi sumisión durante mi presencia bajo su dominio. Yo temblaba.
No voy a describir todos los detalles de esa primera sesión, que quedan grabados en mi mente como una de las experiencias más felices de mi vida. Y digo una, porque las sucesivas sesiones fueron mejorando. El ritual en mi adiestramiento como su siervo, su mirada superior y su sonrisa, cuando intentaba superar mis límites de dolor en mis castigos, me esclavizaban a Ella cada vez más.
Pero las primeras sesiones eran un “juego” para mí.
Empecé teniendo sesiones cada mes entre las que mi Diosa me obligaba a controlar mi deseo. Durante el mes debía mantenerme en castidad hasta que, en su presencia, y al finalizar la sesión, me fuera permitido terminar, si esa era su voluntad.
El cambio radical, cuando pasa de ser un “juego” a convertirse en mi sumisión absoluta a Ella, es cuando me requiere, escuchando mis súplicas, para servirla y ayudarla en diferentes tareas durante unos días en los que yo no trabajaba.
Humillado y excitado hasta el límite, cumplo con todos sus requerimientos; no hay sesión programada, luego soy su siervo y estoy enteramente a sus caprichos, sin posibilidad de recompensa hasta que lo decida… si lo decide. Hago las tareas de la casa, soy su chóer y ayudo en todo lo que mi Diosa requiere, sin rechistar. La, en ocasiones, dura tarea que me asignaba era compensada y se sobrellevaba por el placer de arrodillarme en su presencia y poder besar sus maravillosos pies, cuando así me lo ordenaba. También tenía que, durante las tareas, soportar algún castigo esporádico: mordaza, pinzas.
El cambio radical del que hablo, lo entendí unos días más tarde. Cuando Ella apareció en la mazmorra, al comienzo de una de las últimas sesiones, con un vestido rojo y unos zapatos ‘nudé’ que yo le había regalado, comprendí por primera vez cuál es mi lugar. Como he dicho antes, hasta ese momento había «jugado» a ser siervo; ahora soy realmente esclavo de su perfecta belleza y elegancia.
Ahora no vivo para otra cosa que no sea para obedecerla y complacerla. No me ubico en la rutina del día a día. Me desvelo por la noche (terrible y dulce tortura) y no me centro por el día pensando en Ella. Pero me entra una enorme alegría de ser suyo. Sin su respiración cerca es como si mi vida careciese de sentido. Sé que tengo que dar algún sentido a mi vida, mientras Ella no me necesita. Pero nada me llena, salvo su presencia.
Me siento libre bajo sus pies y esclavo en lo cotidiano, sin poder y… ¡sin querer!, controlar estos sentimientos de adoración, que sólo he podido compartir con Ella y, ahora, comparto en este testimonio. Agradezco, en cada instante, poder estar a su servicio. Y querría estar sometido a sus juegos y castigos, a su voluntad, en todo momento.
Ahora soy más consciente de que mi fetichismo por los zapatos de tacón es una parte de mi naturaleza sumisa ante su belleza y su feminidad. Nadie había conseguido en mí una entrega tan radical.
Y, libremente, me entrego, en sumisión absoluta, a la sutil elegancia, belleza y feminidad de mi adorada Diosa Ghalia.
siervo luc de Diosa Ghalia
luc te tengo envidia pero envidia sana por poder estar alos pies de una gran señora como es .
LA Gran DIOSA Ghalia. yo también estaría muy orgullosa de poder estar a sus pies