by Steward Metatron.

Vale, cuando digo BDSM y «salud» junto, para una práctica que engloba la gestión del dolor (con fines de placer, claro), puede parecer contradictorio. Pero según mi punto de vista y experiencia, nada más lejos. El BDSM puede ser un mecanismo de «desentumecimiento», una forma nueva de acercarse al sexo y a los juegos de cama, (eludimos aquí la práctica profesional propia en la que NO HAY SEXO, que es la que existe en Estudio Ghalia) para una pareja que esté buscando un nuevo horizonte.

El BDSM llega a casa

Ya hemos hablado de lo que supuso la aparición de ciertas novelas en las que se mencionan prácticas de BDSM (aunque muestran la parafernalia, muchas no lo son, ni de lejos), para eliminar parte del tabú oscuro y pérfido que tenía esta práctica.
Ahora se empieza a configurar como algo más normal, un juego de cama, en muchas ocasiones, donde ni siquiera se usan los protocolos. Se pasa de las esposas con recubrimiento peludito a muñequeras de piel, antifaces (corbatas no, ¡por favor!), pequeñas fustas y cuerdas. Quizás, los más atrevidos, incluso cera de velas.
El BDSM llega a casa despacio, entre regalos de amigas con grandes risas, cajitas que se compran en los sex-shop con plumas, vendas y unas muñequeras de tela o elástico. Y ahí es donde la pareja empieza a probar, descubriendo que lo que le habían contado del sexo es sólo una parte y que hay un mundo más emocionante más allá de las fronteras de la cama.

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Relaciones de intercambio de poder

En este punto la pareja con curiosidad ya ha mirado manuales de bondage y ha hecho sus pinitos. Al principio las parejas atadas sólo parecen una ristra de chorizo carcajeante, riéndose por la situación, más que otra cosa, pero dicen que a curiosidad mató al gato, y entre visitas a sex shop físicos o virtuales, donde pueden ver parafernalia igual de «menos seria» que el BDSM más pro, pero emocionante, como mordazas de bola, aros, pinzas para pezones, collares, correas, cuero y látex, espuelas rodantes y arneses, y la propia imaginación, una idea empieza a cobrar forma en la pareja.
Esa misma pareja que hasta la llegada de esos juguetes que tanto les ha divertido, que han experimentado formas distintas de placer, empieza a preguntarse por «eso del BDSM». Pero aún es pronto para meterse en esos berenjenales. Aún les gusta eso que han decidido llamar «juegos de cama», y que ha desentumecido su vida sexual que, aunque relativamente buena, empezaba a pecar un poco de «sosa».
Ella o él se dan cuenta de que uno de los dos suele ser más «mandón» en la cama. Suele preferir posturas dominantes o inclina más la balanza hacia un lado en la relación sexual.

La cuestión surge como por casualidad, es la verbalización de una idea que se ha ido filtrando entre juegos con las muñequeras y las cuerdas: «Cariño» dice uno de los dos saliendo del cuarto de baño con algún juguete, lencería o una simple mirada más dominante de la cuenta y una sonrisa que promete diversión libidinosa; «hoy vamos a jugar a una cosa. Yo mando y tú me tienes que obedecer en todo lo que te diga que hagas». La otra parte accede. Es su primer intercambio de poder.

No hay protocolo, o quizás un tímido «Sí, señora» o un «Sí, señor»; el dominante degusta, paladea suavemente la sensación de poder. El sumiso experimenta el placer de dejarse llevar. El primer paso se ha dado.

Al principio son cosas muy desenfadadas, pequeños juegos consensuados donde «no te suelto hasta que lo pidas adecuadamente», «no puedes correrte hasta que yo lo diga» o un «ven a cuatro patas y bésame los pies».

No, no es BDSM, no son pervertidos de esos. Sólo les gusta ese lugar nuevo que han descubierto. Quizás se turnan en el mando, quizás experimentan un poco más con cuerdas, con arneses, ella lo sodomiza por primera vez, porque siendo sumiso no puede negarse (y además va y le gusta) como una mera experimentación de la sexualidad, algo «que tenían que probar». A él le gusta, y a la vez le humilla que su mujer le haga eso. Y siente una erección descomunal.

Los roles se asientan en la pareja, que si bien no siempre recurren a este intercambio de poder, sienten que se renueva su vida sexual, ahora, de repente, intercalan dominación con sexo vainilla, o empiezan con unos besuqueos y él o ella dan una orden que hace aflorar de inmediato la otra parte sumisa.

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BDSM en la pareja no Bedesemera

No se lo cuentan a nadie, o al menos no todo. Cuentan simplemente que les gusta un par de cachetes en el culo, que ella mande, que él ordene. Pero en realidad ambas partes tienen curiosidad y empiezan a investigar más profundamente. Puede que no, pero como poco leen algunos artículos, ven algunos vídeos de eso que antes era de pervertidos y ahora entienden que no es más que otra forma de entender el sexo y las relaciones de pareja, donde una parte se deja llevar y la otra, lleva. Así empieza. Hasta que el primer collar entra en casa. Y descubren más, mucho más, pero los vamos a dejar aquí.

En realidad el BDSM como práctica sexo-psicológica de roles de intercambio de poder ya se ha colado en casa ya es parte de ellos. Quizás con otro nombre, pero ahora ha inyectado nueva salud en la pareja, en su vida de cama, en su propia relación. No decimos que sea una panacea, pero no son pocos los casos que conocemos donde ha pasado. Algunos han acabado tomando clases en el Estudio de Domina Ghalia, donde se hacen talleres de distintos niveles o, directamente, se les alquila la mazmorra para que prueben un escenario distinto, profesional y muy controlado.

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Pero en una relación sana los juegos que pueden derivarse de las prácticas del BDSM aportan savia renovada a la pareja, les hace guardar el secreto con la emoción que ello supone, llevan los juegos un poco más lejos, se esconden a vista de todos (un día la parte sumisa de la pareja recibe orden de ir sin ropa interior, con alguna joya puesta, algo escrito en la piel, un collar puesto, pero discreto, escondido a plena luz; miradas cómplices, «madre mía cuando te pille por banda» dicen las sonrisas trémulas y mal disimuladas).

Y lo que subyace en todo esto, desde el principio, es la confianza, lo consensuado, la belleza de dejarse ir y recibir esa voluntad en tus manos. Sano, sensato, seguro, consensuado.

El BDSM puede ser sano en la pareja, bien entendido, siendo entre dos adultos responsables y sobre todo, como una forma nueva de aportar confianza. Y morbo, mucho morbo.

[Actualización]

Y también nos llega a través de otros medios, como Netflix y otras plataformas, en las que hay series y personajes donde se contempla el BDSM como una relación sana, llevada a lo cotidiano y en las que para muchas parejas es una forma de comprenderse, de llegar más profundamente el uno en el otro. Un lenguaje propio.

La normalización es un proceso y aunque siempre tenga un matiz que no siempre se va a comprender, es importante saber que está ahí, que hay gente, tu jefe, tu vecino, la frutera de la esquina, que lo practican. Incluso en redes sociales como TikTok se está empezando a compartir como un conocimiento de pareja, como una práctica más normalizada.