Con mucho esfuerzo, debido al asco que me daba, pero orgullosamente por obedecer a mi Diosa, pude tragar su orina y entonces se me ordenó incorporarme para limpiar y ordenar la mazmorra para la siguiente sesión.

Durante el proceso de limpieza, mi Diosa descansaba en su trono jugando con su teléfono móvil ignorando completamente mi presencia, excepto cuando chasqueaba los dedos qbue era la señal para que interrumpiese mi actividad y me tumbase a sus pies para adorarlos y besarlos hasta que se cansase. Habitualmente se cansaba en poco tiempo y me despachaba con un empujón de su pie en mi cara diciendo:

—Apártate cerdo.        

Acababa de finalizar mi tarea de limpieza cuando sonó de nuevo el timbre de la mazmorra.

—Es el esclavo de las seis —dijo mi Ama, y continuó— acércate para que te vuelva a poner las pinzas y luego vamos a ir a la jaula que está en la entrada donde vas a esperar hasta que acabe la sesión.

Me acerqué a donde Ella estaba y pedí permiso para hablar. Una vez concedido dije:

—Señora, tendré que ponerme la capucha.

Ella, contestó:

—Sin capucha, esclavo quiero presumir de esclavo y exhibirte como eres. Recuerda que has venido a obedecer y complacer. Vamos, a cuatro patas.

Diciendo esto, tiró de la correa que acababa en mi collar y nos dirigimos a la entrada donde estaba la jaula. Abrió la puerta de esta y ordenó, mientras empujaba mi culo con su pie

—Adentro, basura.

Cerró la jaula y se dirigió a abrir la puerta al esclavo de las seis. Cuando este entró y me vio dentro de la jaula, se quedó sorprendido. Mi Diosa dijo:

—No te asustes, es mi esclavo personal, que lo estoy convirtiendo en una piltrafa humana, lleva un dildo en culo desde hace tres horas, pinzas en los pezones y se ha tragado mi orina. Tiene prohibido hablar y mirar.

Ambos pasaron al interior de la mazmorra para iniciar la sesión de BDSM y yo me quedé pensando dentro de la jaula, todo lo que había pasado en las últimas tres horas, hasta que me quedé dormido.

La suela de un zapato sobre mi cara me despertó de mis sueños así como las ordenes de mi Dueña:

—Esclavo, sal de la jaula limpia y ordena la mazmorra, pero antes vamos a ir al cuarto de baño para que puedas hacer pis.

Caminé a cuatro patas detrás de Ella hasta el cuarto de baño, sacó de su bolsillo la llave del candado de mi dispositivo de castidad, lo abrió y cuando me disponía a levantarme para orinar, dijo:

—Pero que haces estúpido. Mea como los perros, a cuatro patas, dentro de la ducha.

Así lo hice, mientras Ella se reía de mi situación y luego, tras ordenar que me secase con papel higiénico, tiró de la cadena de mi collar, me arrastró a la sala de castigo, y dijo:

—Venga a limpiar, vengo en diez minutos y entonces va a empezar la sesión de castigo de verdad. Espérame de rodillas en el centro

 Mientras ella salía de la sala hacia la habitación de arriba, a descansar, yo comencé a recoger y ordenar diversos objetos como dildos, consoladores, pinzas, fustas y cuerdas que estaban dispersos por la sala. También recogí restos de condones. Luego barrí todo el suelo y finalmente pasé la fregona. Cuando el suelo estaba definitivamente seco, me puse de rodillas en el centro de la sala esperando a mi Dueña.

Ni en mis peores pesadillas me hubiera imaginado el castigo que se me vino encima. Nada más volver, mi Diosa me ordenó ponerme de pie y elevar mis brazos, que los encadenó a una barra horizontal gruesa que colgaba del techo. En esa postura, comenzó a azotar mi espalda con un flogger con intensidad creciente en cada azote. Cada golpe, era ejecutado sin piedad, fría, profesionalmente. Cuando llegó al número cincuenta preguntó:

—Esclavo ¿a qué has venido aquí?

—A obedecer y complacer, Señora—contesté.

—¿A quién?—volvió a preguntar.

—A usted mi Diosa—respondí.

Satisfecha con la respuesta continuó con los azotes hasta llegar a cien. Entonces, volvió a preguntar.

—Esclavo ¿a qué has venido aquí?

—A obedecer y complacer, Señora—volví a contestar.

—¿A quién?—volvió a preguntar.

—A usted mi Diosa— fue mi respuesta, de nuevo.

—Bien por fin parece que vas aprendiendo a ser consciente que eres y para que estas aquí —dijo— Ahora te voy a grabar en video mientras torturo tus pezones, y luego lo subiré a la red —continuó diciendo, mientras me soltaba las manos de la barra donde estaban atadas.

Se sentó en el trono y me ordenó acercarme arrastrándome por suelo.

Una vez a sus pies me ordenó ponerme de rodillas en frente de Ella y comenzó a colocarme más pinzas sobre mis ya castigados y doloridos pezones. Colocó hasta tres en cada uno de ellos, todas unidas entre sí por una cadena.

—Esclavo, túmbate en el suelo boca arriba, con tu cabeza la altura de mis pies—ordenó.

Así lo hice, y durante más de media hora, mientras uno de sus dos pies lo ponía en mi boca para que lo adorase, con el otro, jugaba con las cadenas que unían las pinzas, torturando mis pezones. El dolor era insoportable, pero Ella, conocedora mis gustos por la tortura de pezones y adoración de pie, continuaba y continuaba, asociando algún que otro azote con la fusta.

Finalmente, cuando satisfizo todos sus instintos sádicos, decidió parar la tortura, no sin antes arrancarme, estirando, cada una de las seis pinzas. Cuando arrancó la última, me abalancé a sus pies, para adorarlos e intentar paliar así mi dolor, y fui apartado de los mismos con un puntapié, mientras escuchaba

—Esclavo, levántate y recoge todo esto, luego te vistes, con el dispositivo de castidad puesto, que nos vamos a cenar. Yo me voy a arreglar un poco mientras recoges.

Recogido todo, esperé, ya vestido, para ir a cenar a mi Dueña, que apareció resplandeciente, y me obligó a ir al cuarto de baño a orinar, antes de salir. Esta vez, pude hacerlo de pie, una vez me quitó el cinturón de castidad, que me lo volvió a cerrar.

Fuimos en coche de la mazmorra al restaurante, conduciendo yo. Ella, en los asientos de atrás. Tanto en el viaje como durante la cena, mantuvimos una conversación agradable, casi de igual a igual. Pero eso sí, cuando Ella subía o descendía del vehículo, yo estaba obligado a abrirle la puerta, arrodillarme y besar sus pies.

De vuelta en la mazmorra, me ordenó desnudarme, dirigirme al cuarto de baño e introducirme en la bañera. Una vez dentro, se colocó sobre mi cuerpo y comenzó a orinar sobre mí y dijo:

—Deja que se seque solo, quiero que huelas a mí toda la noche. Y ahora, vuelve a ordenar y limpiar la zona de la barra de bar de la mazmorra, porque va a venir el propietario a traernos unas mantas, y quiero que todo esté en orden. Luego empieza a hacer mi maleta para que esté lista mañana y recoges todas tus cosas y las guardas en tu bolsa.

Ella se fue al sofá de la entrada a descansar, mientras yo me quedé en el cuarto de baño, quieto, esperando a secarme. Una vez seco, me dirigí a la sala a recoger mis cosas y hacer la maleta de mi Diosa. Mientras estaba haciendo esto escuché el timbre de la puerta y dos minutos después, mi Diosa dijo:

—Esclavo, ven aquí

Me acerqué donde estaba mi Diosa y entonces me ordeno:

—Saluda correctamente a mi amigo. Arrodíllate y un beso en cada pie.

Muerto de vergüenza, porque estaba a cara descubierta, obedecí a mi Diosa, quien una vez realizado mi acto de humillación pública, me ordenó que me retirase a continuar mis tareas. Mientras estaba acabando de realizar estas, escuché como mi Diosa se despedía de su amigo.

Acabadas mis tareas, me dirigí a lugar donde Ella descansaba y me puse en posición de súplica (de rodillas, brazos en el suelo y cabeza tocando el suelo con la frente) en espera de órdenes. Permanecí en esa postura, más de quince minutos, siendo completamente ignorado por mi Ama. Cuando lo consideró oportuno, dejo de jugar con su móvil y dijo:

—Esclavo, coge la crema de pies y dame un masaje relajante que me quiero dormir. Cuando acabes te vas a dormir. Me gustaría hacerte dormir en la jaula como el perro que eres, pero eso significaría que mañana tendría que madrugar y no estoy dispuesta. Te vas adormir a la habitación de arriba y mañana cuando te vayas temprano, te vas sin meter ruido y sin despertarme. ¿Entendido?

—Sí, mi Diosa—contesté

—Procede al masaje, perro y ni se te ocurra besarlos o lamerlos—ordenó

Estaría aproximadamente treinta minutos intentando con mi mejor saber y entender, realizar el mejor masaje de pies de mi vida. Ella, al parecer gozaba y cada cinco minutos cambiaba de pie, suspirando de placer. Yo pocas veces había disfrutado tanto como estaba disfrutando, al tener en mis manos aquellos preciosos y delicados pies, suaves, sin durezas y con una pedicura perfecta.

—Esclavo, has nacido para servir— comentó en alto, y continuó—A partir de ahora me perteneces, todas tus propiedades son mías, tu vida es mía y vas a trabajar para mí y mis necesidades. Vas a tener que pedirme permiso para cualquier decisión que tengas que tomar. Me tienes que consultar todo.

»Vendrás a servirme cuando te lo ordene y el tiempo que te lo ordene, no existiendo límites infranqueables. Si te ordeno que te comas la polla de mi macho alfa o la de otro esclavo, te la comes. Si quiero, que cualquiera de los dos te folle el culo, te dejas y si quiero marcarte como al ganado, te marco. ¿Entendido esclavo?

—Sí, mi Diosa—contesté tremendamente excitado.

Me ordenó acercarme a Ella y sacando la llave de mi dispositivo de castidad, abrió el candado, me quito el dispositivo y volvió a ordenar

—Quítate el dildo del culo, ponte de rodillas, fuera de la alfombra y mastúrbate mirándome a la cara, sin correrte .

Retiré el dildo del culo, y muerto de vergüenza y humillado de rodillas comencé a tocarme mientras miraba a la cara de mi Diosa, que sonreía con satisfacción mientras decía:

—¿Te das cuenta lo patético que eres, esclavo?. Puedo hacer contigo lo que quiera. Córrete ya, y lo que se caiga al suelo, te lo tragas.

Apenas me volví a tocar con la mano cuando estallé en un orgasmo tremendo, derramando todo mi semen por el suelo.

—Ya sabes lo que tienes que hacer, cerdo—dijo mientras se reía.

Intenté lamer mi propio semen y cuando lo estaba haciendo, mi Diosa agarró mi cabeza y restregó mi cara por los restos de semen, obligándome además a sacar la lengua y lamerlo todo.

—Ahora, que ya te has convertido en una piltrafa humana, retírate. Tienes prohibido ducharte. Quiero que huelas a mi orina y a tu lefa toda la noche

—Sí, Señora—contesté mientras me levantaba y me dirigía a la habitación. Una vez en ella me tumbé en la cama y mientras conciliaba el sueño, pensaba:

“A diferencia de los sentimientos que yo había tenido en las experiencias anteriores en las que el trato era más personalizado (siempre duro pero siempre inclinado a mis preferencias) esta vez, el trato fue más impersonal, y yo percibí que se me había tratado como a una propiedad más, en la que no importaban mis preferencias. Me había generado dolor sin placer, me había humillado delante de otros esclavos y de su amigo. También en la calle besando sus pies al entrar y salir del coche. Había limpiado y recogido la mazmorra al menos cuatro veces, me había meado encima y obligado a tragar su orina y había filmado las torturas para colgarlas en la red; finalmente, me había tragado mi propio semen.

En definitiva he sido su objeto, su propiedad, su esclavo. Es lo que siempre había querido y ser y por fin lo he encontrado”.

Publicado por Domina Ghalia

Domina Ghalia es una dominante profesional que, a cambio del tributo adecuado, puede hacer realidad tus fantasías de sumisión. Normas de la Mazmorra: No Sexo Convencional. No Desnudos.