Un pony para Ama Ghalia
Es bonito tener aficiones y poder practicarlas con asiduidad. A veces tenemos que hacerlo a solas, porque no conocemos gente con la que podamos compartirlas. Pero lo ideal es eso, compartir nuestra afición con alguien, practicar juntos y comentar experiencias. Pueden ser amistades que tengamos. Pero hay aficiones más exclusivas que nos presenten dificultades para encontrar gente afín. Hay personas que solo se conocen por practicar una afición, incluso no saben nada de sus vidas respectivas. Solo comparten un deporte o una actividad. Y aunque no se conozcan estas personas disfrutan tanto de la actividad que les llena y no les hace falta saber más de esa persona.
Ama Ghalia y yo compartimos nuestra afición por los caballos. Y aunque practicamos equitación de una forma algo poco convencional lo cierto es que cada uno de nosotros tenemos muy pero que muy claro el lugar que ocupa cada uno.
Llamo al timbre y Ama Ghalia sale a recibirme. Está vestida con ropa de equitación: una blusa azul sin mangas para favorecer la movilidad de los brazos cuando se está sobre el caballo y los pantalones ajustados de montar (breeches) de color amarillo. El atuendo es ideal para el lucimiento de su bello cuerpo.
Cuando he tenido oportunidad de estar en un picadero reconozco que me he quedado extasiado contemplando mujeres así. Es fascinante ver mujeres hermosas subidas sobre esos enormes animales y ver cómo los someten a su antojo.
El hecho de ver a Ama Ghalia tan guapa, tan contenta y que ha preparado tanto su atuendo me recuerda que hoy el caballo voy a ser yo. Y es que me impone la responsabilidad que va a recaer, no sobre mis hombros, como es corriente decir, sino más concretamente sobre mi zona lumbar. Debo responder a las expectativas que tiene mi Ama sobre esta jornada de equitación: y esta preciosidad tiene pinta de esperar al mejor de los caballos.
Pero Ama Ghalia no tiene aún puestas las botas, como suele ser corriente en los relatos al uso. Tiene puestos unos zuecos blancos, que dejan ver sus tobillos hasta donde empieza el pantalón de montar: ese trozo mostrado de su pie es un preludio del festín que me espera.
Es muy normal que las amazonas estén en las cuadras con el atuendo de montar a falta solo de las botas. Es más práctico para trabajar en los cuidados de los caballos el llevar zapatillas deportivas, para luego calzar las botas de montar en el momento de subir a los caballos.
Por eso el hecho de que Ama Ghalia haya lucido ese calzado para recibirme le da a la escena un aire de autenticidad que me encanta.
Ama Ghalia se sienta cómodamente en el sofá. Me ordena ponerme de rodillas ante ella y que la ayude a ponerse las botas con las que me va a montar. Además me recuerda lo que es el mandamiento de todo buen sumiso: cada vez que manipule los pies de la Ama debo besarlos, o sea, antes de ponerle las botas y luego besar las botas cuando estén calzadas.
Para montarme hoy Ama Ghalia ha elegido unas botas de ante de color beige con puntera y un alto tacón, y altas casi hasta la rodilla. Y es que la ventaja de practicar equitación con caballos humanos es que la amazona puede usar botas de tacón, que dan más oportunidad de lucimiento al montar sobre su bestia.
Beso con auténtica devoción sus pies desnudos, la ayudo a ponerse las botas. Y Ama Ghalia se pone de pie para caminar con ellas. Yo permanezco de rodillas contemplándola. Qué bonito es ver a una mujer caminar teniendo tan cerca sus botas. Ama Ghalia se detiene y me ordena besárselas, algo que me agrada sobremanera, y que considero de lo más adecuado para la ocasión.
Con las botas puestas Ama Ghalia ya tiene un aspecto soberbio. Las botas beige conjuntan muy bien con el pantalón amarillo y los tacones estilizan aún más su figura. Y yo soy el privilegiado que asiste al espectáculo de contemplarla desde el mejor lugar posible: de rodillas ante ella.
Las botas son muy suaves y es un auténtico placer besarlas. Sin embargo me doy cuenta de que cuando Ama Ghalia me monte y yo lleve esas botas en mis costados no es esa suavidad la que voy a sentir… más bien sentiré los pinchos de la rueda de las espuelas que Ama Ghalia acaba de sacar y que me ordena ponerle.
Reconozco que es una labor complicada: ajustar las correas por los pasadores para ajustar las espuelas, revisar el agarre, cerrar las hebillas. Y todo esto con la cabeza nublada por pensamientos como la devoción ante el pie adorado que tengo en mis manos, mezclada con el temor ante el castigo que me va a infligir la Ama con ese instrumento destinado a ser usado con caballos de verdad. Mis manos son habilidosas pero ante una situación de tanta tensión es difícil mantener la calma.
Una vez que la amazona está lista llega mi turno: me pongo los protectores de manos y rodillas ¿no tienen los caballos de verdad herraduras? Pues yo no voy a ser menos. Así aguantaré más como caballo y seré más útil a mi Ama.
Me ajusta el bocado Ama Ghalia y lo abrocha tras mi cabeza, qué emocionante ser preparado para afrontar mi rol de caballo. Ella extiende las riendas por mi espalda. Y una vez hecho esto me ordena ponerme a cuatro patas.
Ahora Ama Ghalia procede a sentarse sobre mi espalda. Noto cómo tira de las riendas con suavidad para sentir mi boca. Veo que levanta los pies y es el emocionante momento en que tengo que soportar todo su peso. Ahora sí que siento que soy suyo del todo.
Al principio de la sesión Ama Ghalia me usa para desplazarse por la casa. Eso es cómodo porque las distancias son cortas. Y hay muchos obstáculos y vueltas cerradas. Eso hace que Ama Ghalia tenga que poner los pies en el suelo y no me haga sentir su peso totalmente durante un tiempo prolongado.
Me lleva a la cocina, luego tengo que salir caminando hacia atrás. Las maniobras son complicadas pero Ama Ghalia en ningún momento se levanta de mí: me hace sentir montado en todo momento, para demostrarme mi condición de caballo.
La experiencia de la equitación empieza con cierta comodidad a través de las estancias, como cité anteriormente. Sin embargo mientras recorremos un largo pasillo Ama Ghalia exclama su satisfacción por cómo me está montando. Dice que el movimiento de mi cuerpo sentido por ella le aporta la exacta sensación de que estuviera montando un caballo de verdad. Como es evidente este comentario me llena de orgullo y satisfacción y me hace esmerarme más en mi trabajo.
Tan contenta está Ama Ghalia que afirma que hace un día precioso para que una amazona como ella salga a pasear a caballo. Efectivamente el día es ideal y luce el sol. Así que decide que me va a llevar a la pista de entrenamiento.
Entonces Ama Ghalia desmonta y me coge de la rienda, pues mientras tenga este elemento soy su caballo y solo puedo moverme conducido por ella.
Tras un corto recorrido Ama Ghalia me lleva a la pista de entrenamiento. Es una superficie abierta de cierto tamaño en que la amazona puede hacerme dar vueltas y vueltas sin tener que apoyar los pies en el suelo. Así que parece que aquí es donde empieza el trabajo duro.
Ya que salimos al exterior contemplo a Ama Ghalia a cierta distancia. Y me maravillo de lo bella que está. Su rostro precioso, su melena, la blusa sin mangas realzando su pecho, sus brazos delicados. El pantalón de montar tan ajustado hace lucir preciosas sus piernas y el remate son sus botas altas de tacón que estilizan su figura. Abrochadas a las mismas están las temibles espuelas y en su mano la fusta amenazante. No creo que sea cuestión de ser aficionado al ponyplay. Creo que cualquiera que sea hombre sabe que el instinto de macho primigenio ante esta belleza solo deja expresarse rebuznando como el más borrico.
Y es que Ama Ghalia tiene una belleza de muñeca, es tan fina y elegante que bien pudiera ser una Barbie Amazona que despierta la ilusión en las niñas pequeñas y las anima a la afición por los caballos.
En esos pensamientos estaba yo cuando cayó el primer fustazo. Ama Ghalia me ordenó ponerme en la posición para que ella montara. Se sentó sobre mi espalda y comenzó mi entrenamiento. Me esperaba un día largo.
Ama Ghalia me hizo recorrer la pista de entrenamiento a una mano. Después de unas vueltas lo hizo a la mano contraria. De vez en cuando desmontaba para no agotarme. Qué emocionante, estaba siendo domado como un caballo de verdad.
Después de esta preparación Ama Ghalia desmontó y me hizo ponerme de pie. Entonces me puso a realizar ejercicios a la cuerda. Son muy importantes porque la amazona subida encima del caballo no controla totalmente los movimientos del animal. Es necesario velar porque el caballo vaya con buen paso. Y estos ejercicios son excelentes para probar los reflejos del animal, que después redundarán en un mejor comportamiento con la monta.
Ama Ghalia me puso a hacer un trote recogido, en el sitio. Me dejaba avanzar un poco y enseguida me detenía colocándome delante la fusta. Aunque parezca sencillo me costó coordinar el no parar de trotar con las detenciones. Ama Ghalia insistió en que este ejercicio lo realizara con la mayor perfección, con correcciones constantes.
Después de estos ejercicios Ama Ghalia me ordenó postrarme otra vez en el suelo y colocarme en la posición de monta. Procedió a subir de nuevo sobre mí.
Esta vez el trabajo no consistió solo en dar vueltas. Ama Ghalia probó mi obediencia a las riendas y me guió con trayectorias caprichosas, haciéndome girar a un lado o a otro como a ella le convenía. Yo lo hacía lo mejor que podía, pero reconozco que no podía mantener demasiado la concentración. En algunos momentos vacilaba y no acababa de entender lo que la amazona mandaba. Así que Ama Ghalia tenía que reforzar sus órdenes con las ayudas, ya sea aplicándome las espuelas o con eventuales golpes de fusta.
En un determinado momento Ama Ghalia me detuvo tirando de las riendas. Y me hizo girar en redondo unos noventa grados. Me puso de frente al tramo más largo de la pista. Apoyó los pies en el suelo.
Entonces me dijo: “quiero que vayas hasta allí galopando conmigo encima, prepárate”. Y señaló sobre mi cabeza con la fusta hacia el extremo contrario de la pista.
Yo en ese momento me estremecí. Imagino que Ama Ghalia lo sentiría estando sobre mí. No me creía capaz de hacer algo así. Yo puedo llevar a mi Ama al paso, pero eso me parecía demasiado.
Este tipo de ejercicio es una de las maniobras más espectaculares de la doma vaquera. Siempre me ha impresionado como ponen a los caballos a galopar a toda velocidad para después detenerlos en seco. Así tenía yo que hacer antes de chocarme contra la pared contraria.
Pensé muchas cosas en un momento. Me propuse desistir. Pero me pareció mal hacerle eso a Ama Ghalia. Una mujer tan guapa y que me estaba tratando tan bien. No se merecía eso. Qué feo hubiera estado hacerle un renuncio a Ama Ghalia con el día tan maravilloso que estábamos pasando. Pero la verdad es que ya estaba algo cansado. Yo pensaba que ya estábamos terminando y lo que quedaba era más suave.
Temí quedarme a la mitad y no poder dar paso. O incluso peor, que me moviera con torpeza y tirara a mi Ama. Para nada quería algo así. En los vídeos de ponyplay recuerdo que cuando un ponyboy derriba a su Ama, independientemente de quien tenga la culpa al pony siempre le cae una lluvia de palos, fustazos, patadas… Incluso si hay varias Amas presentes en la escena se suman a coro a dar leña al pobre animal.
Al final decidí aceptar el reto. Además de pensar todas esas cosas yo mantenía una gran concentración, pendiente siempre de mi amazona subida en mi espalda. Pasados unos segundos Ama Ghalia levantó los pies del suelo apoyando todo su peso sobre mí y clavándome fuertemente las espuelas.
Yo inmediatamente me puse a correr. Para mi sorpresa fui capaz de superar la prueba. Llegué al extremo contrario y me detuve. En realidad fue tan bonito que se me hizo corto. No me podía creer que hubiera sido capaz de llevar a mi amazona al galope. Desde luego me queda claro que Ama Ghalia tiene unos pies habilidosos, y tan persuasivos como su dulce voz. Reconozco que sin su estímulo jamás lo hubiera conseguido.
Pero claro, llegué a la meta cansado, fatigado, respirando pesadamente. Ama Ghalia podría haberse bajado de mí y alejarse. Lo podía haber hecho por dejarme tranquilo. Lo podía haber hecho por desprecio después de hacerme la puñeta.
Pero Ama Ghalia permaneció sobre mi, con los pies apoyados en el suelo, eso sí. Sentada sobre mí como amazona.
Y lo hizo por eso precisamente, porque es una auténtica amazona. A todo el que haya montado a caballo le fascina el poder de ese animal. Nos impresiona su fuerza y nos conmueve cuando le sometemos a un esfuerzo porque sentimos que es un ser vivo. Nos gusta sentir su respiración, los latidos de su corazón, identificarnos con él.
Esa es la empatía que según he leido caracteriza a Ama Ghalia. Le gusta participar del sufrimiento de su esclavo, identificarse con él, para conocer sus límites, para intentar desentrañar el misterio del sometimiento buscado y disfrutado. Por eso confío el llevar mis riendas a Ama Ghalia.
Pasados unos segundos cuando mi respiración ya no es tan pesada Ama Ghalia levanta sus botas del suelo y me tira de las riendas para el lado derecho. Me toca continuar la marcha.
Ama Ghalia me hizo repetir ese ejercicio en otra ocasión más durante la sesión. La segunda vez sí que no tuve dudas de que sería capaz de realizar la prueba. Terminaba satisfecho pero agotado. Así que si pensaba yo renunciar a este ejercicio ya era tarde. Ante los buenos resultados de este día Ama Ghalia imagino que incorporará este ejercicio a mi rutina de doma.
Pero yo ya no podía más. Cada vez que me hacía moverme montado más estaba deseando que mi amazona volviera a apoyar los pies en el suelo. A veces me costaba comprender y los fustazos estaban siendo cada vez más frecuentes. No sé cuántas veces he recorrido la pista de entrenamiento y en cuantas trayectorias distintas. Comprendo que es sacrificado ser caballo, pero es que una vez que te has ofrecido ya solo te queda aguantar. Si por lo menos pudiera caer reventado.
No sé cómo lo hace Ama Ghalia pero jamás llegó a cansarme del todo. Siempre sabe el momento justo en que no puedo más y entonces me hace descansar. Y después de un corto descanso a continuar con la monta. Desde luego veo que estoy en manos de una persona que sabe bien lo que hace, que me observa, me siente, conoce mis posibilidades y sabe sacarme el máxima partido.
Estoy agotado, la cara me chorrea de sudor, y también el resto del cuerpo. Ama Ghalia me acerca su bello rostro para hablarme las palabras dulces que le dirigiría una amazona a la montura que le hace disfrutar. Pero yo groseramente le aparto la cara. Me avergüenza echarle mi aliento porque mi jadeo es constante.
Y es que me trata tan bien. Cuando me ve más fatigado me ha preparado un cuenco con agua para que beba. Eso sí, debo beber agua como un auténtico caballo. Ama Ghalia me afloja el bocado y yo tengo que sorber agua con la lengua, como haría un animal.
Pero es que así Ama Ghalia podría montarme indefinidamente. Cuánto tiempo llevamos, cuánto iba a durar la sesión. Y no me atrevo a quejarme, estaría bueno después de las dificultades que tenemos los ponyboys para encontrar amazona. Y yo estoy a los pies de una mujer bonita, apasionada de los caballos y de entrenar ponys humanos. Un auténtico ángel con espuelas por el que llevo toda mi vida suspirando.
Por fin, en un determinado momento la sesión de equitación llega a su fin. Ama Ghalia desmonta de mí. Se sienta en una silla y me hace arrodillarme ante ella. Me desabrocha el bocado y me pide que le quite las espuelas y las botas.
Recuerdo en una ocasión que estaba en un picadero que me llamó la atención encontrar un carro de esos de obras. Estaba lleno de zanahorias, había una montaña, vamos. Pregunté a uno de los instructores con los que tenía yo más confianza y me dijo que eso era una golosina para los caballos, que les encantaban.
Ama Ghalia también tiene una golosina con la que agasaja a sus caballos humanos, un premio que los reconforta del esfuerzo. Un detalle de dulzura para que permanezca en su memoria y les enganche para desearla para siempre.
Ama Ghalia me ha proporcionado sus pies desnudos y me pide que los bese. Esa es mi golosina, mi recompensa.
Me considero un auténtico gourmet del pie femenino. Incluso me declaro firme partidario de que a toda mujer se le tengan que besar los pies todos los días.
Había oido tanto hablar de los pies de Ama Ghalia, que si son pequeños, delicados, perfectos… Y ahora los tengo al fin ante mi, cuánto he esperado para paladearlos.
Y además lo voy a hacer como un auténtico sibarita: estando completamente agotado de ser el caballo de Ama Ghalia cuando ella ha estado todo el tiempo calzando sus botas altas. Sin duda esos pies tendrán para mí un gusto exquisito.
Los beso primero en el empeine, luego beso las plantas. Les doy un masaje suave como me indica Ama Ghalia. Yo temía ensalivarlos pero Ama Ghalia me pide que le chupe los deditos, están dulcísimos, deliciosos. Me pide que lama también la almohadilla debajo de ellos.
Estoy entregado a mi labor, cojo un pie y lo masajeo, cojo otro y lo beso, me encantan. Mientras Ama Ghalia habla conmigo. Yo intento responder si no me pilla en el momento con uno de sus pies en la boca.
Entre otras cosas Ama Ghalia me pregunta si me gusta el color rosa que tienen las uñas de sus pies. Yo le respondo que me encantan. “Pues esta tarde estarán rojas”, me responde ella.
El comentario de coquetería femenina me enternece y me conmueve infinitamente. Y en ese momento vuelvo a la realidad. Y entonces recuerdo que lo que he hecho durante toda la sesión con Ama Ghalia no es otra cosa que rendir homenaje a la condición femenina. Esa que los hombres jamás comprenderemos. Pero ante la cual a los pies de Ama Ghalia yo vengo a ofrecer toda mi fuerza y mi corazón.